miércoles, 14 de mayo de 2008

plaza san martín

Ella era joven. Sus cuantos kilos de más no le restaban poder de seducción. Sus pechos prominentes invitaban a la boca a una fiesta sin fin. Su escote pronunciado no le permitían a su interlocutor ser disimulado.
Caminaba por Florida con una mezcla de inocencia y desfachatez propia de su carácter contradictorio y no llegaba hasta la plaza San Martín sin que alguien se hubiera prendido en piropear su andar. Se sentaba, conversaba con cualquiera que se le arrimara y no había un fin de semana que no se derritiera en besos y caricias eróticas con algún desconocido.
Ese era el juego libidinoso de cada fin de semana. Su marido la seguía de cerca. Los dos se excitaban mucho y volvían a la casa de madrugada a deshacer la cama pensando en lo vivido. Las caricias le recordaban a ella los momentos en el banco de la plaza. Las palabras al oído lo excitaban a él cuando le repetía las sensaciones que sentía mientras el otro la tocaba y besaba mientras él miraba desde una banca cercana.
Una noche de llovizna, la calle estaba desierta y tardó mucho tiempo en aparecer alguien que la siguiera. En la plaza otoñal no había nadie y refugiados bajo un árbol de la tenue llovizna conversaron un rato. Él era un estudiante de dieciséis años. Nunca había hecho nada con nadie y no se animaba a otra cosa que conversar. Hasta que ella se cansó y le comió la boca de un beso. Las manos no se le veían de ligeras al chico que cuando quiso acordarse tenía una teta en la boca y la chupó durante un largo rato. Ella sin meter las tetas adentro se fue deslizando hasta llegar a su miembro y abriendo la bragueta se devoró un pedazo que no tardó ni un instante en entrar en ebullición.
Puso las dos manos contra el árbol, le guió la mano por debajo de la pollera acariciando sus redondas nalgas hasta llegar a su vulva. Era la primera vez que él acariciaba un órgano femenino. Le enseñó a masturbarla mientras apoyaba sus dos manos en el árbol. Ella llegó al clímax después de unos minutos de caricias por debajo de la pollera. Él erectó otra vez pero ella no quiso seguir más de allí. Quedaron en verse el sábado nuevamente.
Nunca habían llegado tan lejos. Esa madrugada la cama ardió en llamas. Ella tenía la piel afiebrada, él estaba como un tigre sanguinario. Planearon el encuentro del sábado próximo toda la semana.